Los biólogos encontraron formas de reprogramar las células viejas para hacerlas jóvenes, utilizando estas técnicas para ayudar a restaurar la vista a ratones viejos; una compañía está persiguiendo la longevidad mediante el rejuvenecimiento del sistema inmunológico, una intervención diseñada para defenderse de enfermedades como el Covid-19 que se aprovechan de los cuerpos más envejecidos. La búsqueda por hacer que la muerte sea opcional —o al menos diferirla significativamente— ya no es marginal como antes, sino un esfuerzo multimillonario de biotecnología que atrae a los mejores científicos, incluidos los premios Nobel. Si las células humanas se pueden rejuvenecer, ¿por qué debemos envejecer?
La gente no está de acuerdo sobre cuánto tiempo debería durar la vida humana. Los bioconservadores sostienen que es moralmente incorrecto posponer la muerte mediante una drástica reingeniería del cuerpo humano. Otros podrían argumentar que toda la atención de salud se orienta precisamente a eso: retrasar el momento final el mayor tiempo posible. Dejando a un lado la cuestión de la superpoblación, si la gente es capaz de sobrevivir durante siglos, la sociedad se enfrenta a profundas interrogantes. ¿Es posible permanecer felizmente casado con la misma persona por 200 años? Si la terapia de prolongación de la vida se convierte en rutina, ¿rechazarla equivaldría al suicidio?
En 2013, Google creó una unidad de investigación sobre la longevidad: Calico, abreviatura de California Life Company. Su enfoque, centrado en la lucha contra las enfermedades neurodegenerativas y el cáncer, tiene como objetivo acercarnos al máximo teórico de la vida humana, que se estima en unos 140-150 años.
Sin embargo, hay un premio mayor que brilla en la distancia sin ser reclamado: la prolongación radical de la existencia, que promete una duración de la vida humana que puede extenderse durante siglos en lugar de décadas. Esa es la misión que, se sospecha, tiene Altos Labs, una nueva startup de Silicon Valley que reunió a un equipo de científicos de renombre para luchar con renovado vigor contra la muerte. Altos cuenta con el respaldo del fundador de Amazon, Jeff Bezos, y de Yuri Milner, un multimillonario inversor de tecnología de origen ruso.
Otras organizaciones incipientes que buscan alargar la vida son Hevolution Foundation, un fondo de inversión sin fines de lucro dedicado a la investigación de la “prolongación de la vida saludable”, creado por decreto real en Arabia Saudita y dirigido por Mehmood Khan, exdirector científico de PepsiCo; y la Longevity Science Foundation en Suiza, que pretende invertir mil millones de dólares con el mismo fin. Para los superricos, que pueden comprarlo todo menos el tiempo, el envejecimiento no es más que otro problema tecnológico que hay que resolver.
Es posible que la élite de tecnología, sus científicos y el raro filósofo deseen poner fin a la muerte, pero su visión no es ampliamente compartida: una encuesta Pew de 2013 reveló que solamente el 4 por ciento de los estadunidenses quiere vivir más allá de los 120 años, y solo el 1 por ciento quiere vivir para siempre.
La evolución no exige más que alcanzar la edad reproductiva para poder propagar nuestra especie. Esto significa que no hay presión de selección sobre los genes asociados a las condiciones que aparecen en edades avanzadas, como el Alzheimer.
Pero también sabemos que oculto en algún lugar de nuestra biología está el botón de reinicio de la juventud. Por eso los padres mayores producen una descendencia joven, no niños con células preenvejecidas. En el momento de la fecundación, el material genético heredado de cada progenitor biológico se limpia de alguna manera de los cambios relacionados con la edad. Los científicos se han esforzado por encontrar esa puerta trasera oculta a la infancia.
En el año 2006, Shinya Yamanaka, de la Universidad de Kioto, en Japón, identificó cuatro proteínas que parecían retroceder el reloj. Si se baña una célula de mamífero en estas proteínas, ahora llamadas “factores Yamanaka”, volverá a un estado inmaduro conocido como pluripotencia. La comprensión de que las células pueden rebobinarse, al estilo de Benjamin Button, hasta alcanzar un estado juvenil le valió a Yamanaka el Nobel.
Inspirado en estudios sobre la longevidad de las ratas, Gregory Fahy, cofundador de la startup californiana Intervene Immune, trató a hombres de mediana edad con un coctel de medicamentos que promueven la juventud. Fahy descubrió algo notable: un año de medicación con la hormona del crecimiento y medicamentos para la diabetes redujo en 2.5 años la edad biológica del timo. Las células del riñón y la próstata también parecían rejuvenecer. Algunos participantes, según Fahy, incluso informaron de que sus canas se oscurecieron. Los resultados deben interpretarse con cautela: únicamente contó con nueve participantes y ningún grupo de control.
Venkatraman Ramakrishnan, premio Nobel de Química, tiene una objeción más fundamental a la de poner fin a la muerte. Aunque las bacterias y las células cancerosas son, en efecto, inmortales, los organismos completos no lo son. Todos los animales fallecen, lo que sugiere que la muerte coevolucionó con el sexo: “La reproducción es como una lotería. Lanzas diferentes combinaciones de genes para ver a cuáles les puede ir mejor pero, para darles una oportunidad, la generación anterior tiene que apartarse del camino”.
La muerte, en otras palabras, es el precio que pagamos por el sexo. Para Ramakrishnan, que uno sospecha que no quiere la inmortalidad, la evasión perpetua de la muerte no es heroísmo, es una forma de hedonismo “defendida por los multimillonarios de California que la pasan tan bien en la fiesta de la vida que no quieren que termine”.