Pedro Friedeberg: los 85 años del artista creador de la Mano-Silla

CULTURA

Con más de siete décadas de trayectoria y con la llegada de su primer nieto, el artista mexicano llega a los 85 años y, con ese sarcasmo que lo caracteriza, nos confiesa que solo planea llegar a los 100.

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Pedro Friedeberg cumplió, este pasado 11 de enero, 85 años, y más de siete décadas de trayectoria.

Un italiano de origen judío que no cree en Dios y que vive en México desde los tres años. Un surrealista nombrado por terceros que, en realidad, se asume más como un patafísico. Una silla en forma de mano que conquistó la escena del arte, después de haber estado oculta en un armario por años (por órdenes de una de sus esposas). 

Un artista que, como buen viajero, dominó el arte de las vacaciones como forma de vida. Un ávido lector con una biblioteca de 25 mil libros, donde guarda numerosas versiones de Don Quijote de la Mancha, la Enciclopedia británica, de la edición de 1911, y la Biblia en 25 idiomas.

 Un hombre que disfruta de la compañía de gatos, especialmente la del suyo, Netflix, aunque nunca en su vida ha visto una serie. Unas líneas para condensar a alguien incondensable: Pedro Friedeberg. Antes de ser el artista que conocemos hoy, pasó por la escuela de arquitectura e ingeniería, sin éxito; era un mundo de reglas cuyo sentido no apelaba a la subjetividad de Pedro. Tuvo la suerte de estar rodeado de artistas y el talento para articular esos espacios creativos con mérito propio. 

Conoció a Remedios Varo porque trabajó en la tienda de vinilos “Margolín” de su esposo, amigo de sus papás, en la Roma. Cuando ella vio algunos de sus dibujos, lo invitó a participar en una exposición en un pequeño espacio de la Ciudad de México, la Galería Diana

Más adelante, en 1961, formó parte de Los Hartos, un movimiento que se oponía a las pretensiones de grandeza del arte moderno que cultivaba al individuo por encima de la obra, junto con Mathias Goeritz, José Luis Cuevas, Chucho Reyes, Ida Rodríguez Prampolini y Alice Rahon. 

Una larga trayectoria de refinar un estilo propio que debe de celebrarse en vistas de que, el 11 de enero. Pedro Friedeberg cumplió 85 años. Platicamos con el maestro sobre este aniversario y aprovechamos para repasar algunos episodios de su vida y obra.


¿Cómo es la vida de Pedro Friedeberg en un día? 

Últimamente ha cambiado mucho: con la edad todo es distinto, se transforma la manera de captar las cosas. La gente ya no cree en la magia, la poesía, el misterio o la belleza” Uno cree que está viviendo en otro mundo cuando mira toda la tecnología y, ahora con la nueva pandemia, todo parece como una obra de ciencia ficción. 

¿Crees que sería necesario replantear el ocio en vistas del consumo compulsivo y la dictadura de la inmediatez encabezada por las nuevas tecnologías? 

Creo que sí. La gente ya no cree en la magia, la poesía, el misterio o la belleza. Me parece que hoy ser excéntrico es regresar a la disciplina de lo correcto, de lo que toca. Alguna vez has dicho que la vida es un absurdo. 

Con eso en mente, ¿te parecería grave que nos extinguiéramos como especie? 

Pienso que hoy estamos mejor que a principios de la Edad Media. Yo como judío tendría que vivir en un gueto y ahora tengo toda la libertad del mundo, aunque no puedo viajar a París ni a Roma, que me gustan tanto. 

Por otro lado, creo que el absurdo no es cosa nueva, siempre ha existido. Es absurdo vivir en una cueva y pintar las paredes de una cueva, es casi tan absurdo como comprar un condominio en Polanco. Las cuevas, al menos, eran gratuitas.

Las barajas son unos de los elementos que más se repiten en tus obras, ¿por qué y cuál de ellas es tu carta favorita? 

Mi favorita es el joker. Uso las barajas como columna vertebral, como un punto de partida, un horizonte. Todos los pintores, como los surrealistas, tienen esa columna vertebral. 


El verde es casi inexistente en tus pinturas... 

Sí, creo que hay que limitarse porque de otra forma es demasiado. No usar verde fue una disciplina, nada más. Elegí el rojo porque es fácil de contrastar y el azul porque es muy buen color. Entonces ya no me hacía falta el verde, aunque me quedé con el terrible amarillo. Lo cierto es que hago concesiones al público; si no pusiera colores, nadie compraría mis cuadros.

¿Cómo cambió tu proceso creativo durante la pandemia?

 Estuve cuatro meses a la orilla del mar por Mazunte, en Punta Cometa, Oaxaca, y a diario pintaba un cuadro. A lo mucho les dedicaba, a cada uno, día y medio. De ese proceso salieron 80 cuadros, curiosamente abstractos, que titulé “Cuadros de pandemia”.

 Yo creo que los hice como terapia. El primer mes me pareció interesante, pero los de después no tanto. Me sentía como aprisionado. Yo detesto el mar y no sé cómo acabé ahí. Bueno, sí sé, porque me quedé gratis, pero ahora ni siquiera estaban los restaurantes italianos que me gustan y el pescado no me encanta. Pero reconozco que es interesante vivir en una prisión medio obligatoria.




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  • Martina Spataro