Unas semanas antes de que empezara el confinamiento en España, una feliz Bárbara Coppel llegaba a Sevilla con todas sus maletas para declarar la ciudad como su nuevo hogar. Así ha sido la vida de la hija de Ernesto Coppel, y esposa de Alejandro Hank Amaya, viviendo en distintos países pero, sobre todo, llevando la vida a su manera.
De aquel reencuentro con el que entonces era “un viejo amigo de la prepa” ya van cinco años y tres hijos, y Bárbara volvería a hacer todo igual, sin pensarlo dos veces. Esta cuarentena le ha reconfirmado que la decisión que tomó de unir su vida a la del hijastro de Jorge Hank Rhon es la mejor que pudo haber tomado, a pesar de que en un momento de su vida había renunciado a la idea de tener una familia.
La importancia de que sus hijos Amaïa, Bastien y Kilian vivan en una cultura en la que se hable español es importantísimo para ella. Le preocupaba constantemente ese aspecto cuando vivía en San Diego, su anterior residencia. La calidez y amabilidad de la gente en Sevilla, muy típica de una ciudad pequeña, es otra característica que buscaba para el lugar ideal para que sus niños crecieran.
En esta cuarentena la familia Hank Coppel se fue a La Puebla del Río, un pueblo a las afueras de Sevilla que ha hecho que, aunque pensaba que no le gustaba el campo, Bárbara repiense las cualidades de criar a sus hijos ahí, con los valores de una localidad pequeña, muy cálida, sencilla y donde puedan crecer con el que considera uno de los valores más importantes: la humildad.
¿Cómo están tus hijos en su nuevo hogar?
Mis hijos están en la mejor “vacación” de sus vidas y ahora que hace calor todos los días vamos a explorar. Estamos en una finca con muchos caminitos, le damos de comer a los caballos, vamos a la finca de Diego Ventura a montar. Kilian ya camina, de un día para otro se soltó y ya anda en moto. Amaïa pintó con Roberta Lobeira, mi amiga, y Bastien ya habla, lee y aprendió a andar en bicicleta.
En esta “nueva normalidad”, ¿ha cambiado tu forma de educar a tus hijos?
Los valores son los mismos para mis hijos, con la cultura del esfuerzo y darles las bases y todas las plataformas para que puedan valerse por sí mismos sin importar las circunstancias, con pandemia o sin ella. Siempre con humildad.
Hay un dicho en Mazatlán, de donde soy, que dice: “Todo se le perdona a la gente, menos que sea sangrona”. En mi rol como mamá es igual. Es una lucha constante y ahorita que están creciendo, no se saben expresar y alzan la voz en vez de hablar u ordenan, en vez de pedir, y eso no puede ser. Soy una madre estricta y me está rindiendo muy buenos frutos. Es lo correcto.
¿Qué haces con ellos en el confinamiento?
Me organicé para que no todos los días fueran recreos y que hubiera momentos de aprendizaje con actividades manuales y didácticas. Y qué mejor maestro que la naturaleza; vieron arañas, cochinillas y aprendieron a no matar, sino a rescatarlos de la casa. Hay cosas muy padres que he ido descubriendo aquí en el campo y que fue algo que jamás imaginé, porque yo siempre he dicho que soy una rata de ciudad.
¿Cómo eligieron la casa de Sevilla?
Esa casa Alejandro ya la tenía, porque vivió 20 años aquí. El día que la conocí me fui de espaldas, me fascinó. Es una casa con mucho sabor, mucha historia. Está en el barrio de Santa Cruz, que es muy popular, y hay muchos turistas. Tuve que escoger bien los cuartos porque todas las noches hay mucho jaleo y de repente escuchas las maletas de todos porque es un caminito empedrado, así como a los guías de la ciudad que explican todo. La casa la hizo el interiorista Lorenzo Castillo.
¿Qué estilo tiene la casa?
Es clásica ecléctica. Cada cuarto tiene un color, cada espacio tiene un sabor diferente y nosotros estamos en la habitación roja, pero hay verde, rosa y azul.
De tenerte que quedar en España, ¿podría ser un país donde te gustaría criar a tus hijos?
Totalmente. Me encanta la cultura española y su gente. Yo crecí en Mazatlán y ese sentimiento de ciudad chica me encanta. En un pueblito está increíble porque tienes tu individualidad, pero al mismo tiempo encuentras a amigos y haces mucha hermandad con la gente. Otra cosa que me encanta de aquí es que caminamos a todas partes, hasta vamos en familia caminando a la escuela y dejamos a los niños.