No conozco a ninguna persona, y me incluyo a mí mismo, que no haya sido conmovido, casi hasta las lagrimas, tras ver alguna presentación del Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández.
Amalia fue una pionera quien, en 1952, formó su propia compañía de danza con apenas ocho integrantes, tras haber fungido como bailarina, coreógrafa y directora en la Academia Mexicana de Danza. Hoy, su ballet, tiene su sede en el Palacio de Bellas Artes, le ha dado la vuelta al mundo y es considerado un museo viviente que transmite las tradiciones de México.
Es su hija, Viviana, quien también es bailarina y estuvo más de 20 años bailando con su mamá, quien lleva las riendas del ballet (tras su muerte en el 2000) y platica con nosotros acerca de ese legado femenino.
“Mi abuela, a pesar de ser una mujer de Chihuahua, fue una mujer que se reveló, fue maestra muchos años y logró hacer su propia escuela. Desde ahí viene esa cuestión educativa. Mi mamá siempre fue alguien que no se cuestionó si un hombre estaba mandando o no… ella tenía su personalidad fuerte y decidió hacer lo que tenía que hacer, no quejándose, sino construyéndolo. Creo que es un camino distinto cuando uno decide hacer algo y camina por ahí a pesar de las dificultades, las diferencias y todos los obstáculos que se van presentando. Porque nos quedamos atorados muchas veces en nuestra victimes y tenemos que salir adelante por lo que somos, empoderándonos no para superar al otro o al hombre, sino a nosotras mismas”, cuenta.
En Semana Santa, Viviana estará presentando dos funciones de gala del ballet, el 30 y 31 de marzo, en el teatro Ángela Peralta.
¿Qué tiene el ballet de Amalia Hernández que han pasado siete décadas y sigue emocionando y moviendo emociones?
Que nunca hemos perdido de vista al público y lo que le queremos dar: que cada vez que entre al teatro salga con una mejor experiencia, con algo que le dé un conocimiento mayor, con una emoción distinta y con energía. Siempre hemos estado preocupados por compartir con el público todo lo que nosotros podemos ofrecer.
Se piensa que la danza, igual que el teatro, ha estado en crisis y puede desaparecer. ¿Cómo has vivido todo este proceso desde adentro?
Yo no lo creo. Creo que a veces hemos perdido ciertas brújulas como artistas, pero las hemos encontrado y con ellas el camino para volver a integrarnos en ese fluir del arte. Tenemos muchas distintas visiones acerca del público. Uno,es generar públicos nuevos. Dos, es compartir nuestras emociones. Tres, que quien baila se motive más. Que quien no baila se llene de emoción y de energía. Como con todas las disciplinas, hemos pasado por altas y bajas siempre. Algunos se han quedado en las bajas porque nos acostumbramos a estar como en esa parte de decir que las cosas están bien. Y es ahí donde de repente podemos atorarnos a mitad del camino porque en México hay propuestas maravillosas que pueden construir una gama distinta de emociones, de conocimiento, de movimiento y de pasión. México es de los países más ricos que hay en cultura, en tradiciones, en danza, en creatividad y en arte. Entonces, esa mezcla de todo, que hubo muchos momentos en la época de oro que se juntaba teatro, música, danza, pintura y escultura, nos dejó un gran legado porque se construyó ese nacionalismo que nos daba una personalidad propia.
Cuando se habla de ballet se piensa en Austria, en Rusia y en estas grandes producciones asociadas con la Navidad, como el Cascanueces, pero México tiene un ballet totalmente nacionalista, con una identidad propia y que es de primer nivel. ¿Cómo ayudar a que la gente conceptualice de forma distinta y entienda el ballet que se hace en México?
Creo que tenemos que aprender a apreciar lo que tenemos. A veces no tendremos el nivel técnico extraordinario, pero sí una emoción distinta. Los latinos tenemos mucho que ofrecer en términos de proyección y de presentación. ¿Por qué? Porque sabemos expresarnos desde otro lado. Porque tenemos una cultura que se expresa desde adentro en muchos sentidos, desde lo más vernáculo popular hasta lo más exclusivo con otros lenguajes.
La danza, como otras industrias, han sido controladas por hombres. Ellos deciden la agenda cultural y el qué y dónde se presenta. ¿Qué tan complicado has visto esto?
Creo que nuestra mayor competencia es con nosotros mismos. Lo que más tenemos que solucionar es lo que nosotros queremos hacer y no nosotros mismos poner la piedra en el camino. Más allá del género, porque yo creo que hay hombres maravillosos. Sí han habido muchas épocas así, pero es algo que se salía de nuestras manos. ¿Y qué se podía hacer al estar fuera de esas manos? Pues luchar y desarrollar tu propio camino con conocimiento, con preparación, con trabajo y con disciplina. Todo eso que conlleva a lograr lo que tú quieres lograr.
Mi mamá trabajaba con hombres, mujeres, con niños y con jóvenes. Fomentó clases de pintura, clases de escenografía, clases de luces y de todo tipo para ver cómo construía algo en una totalidad, no en una sección. No es fulano, no es mengano, no soy yo. Es cómo ayudar a los demás para que a mí también me ayude a construir. Ella era muy, muy guerrera. Venimos de una familia que incluía un abuelo militar y coronel, mi tío abuelo era general y campeón de tiro. Creo que ella aprendió de ellos y no los juzgó como hombres. Dijo, “ah, pues ellos lo consiguen, ¿por qué yo no?” Y entonces se formó como una guerrera, una persona que luchaba porque todo mundo tuviera un espacio.
Como mujer, ¿qué mensaje le daría a otras que crecieron y dejaron sus sueños artísticos? ¿Cómo podrían buscar en el arte una válvula de escape?
Que no debes de permitir que nada ni nadie te quite tus sueños. Y, si ya te los quitó la vida por ciertas circunstancias, retomar en este momento si ese sigue siendo tu sueño o es otro y ver cómo lo llevas a cabo. Hay que construir, hay que hacer, hay que escribir, hay que leer, hay que darnos cuenta cómo vamos a llegar a ese punto donde queremos llegar para compartirlo con nuestra misma familia. Eso hace que tu familia también se construya. Que te sientes, medites, que sientas qué es lo que quiere realmente quieres. Yo creo que si contactamos con el universo y le pedimos que nos ayude a realmente desarrollar lo que queremos lo vamos a encontrar. El chiste es que estemos con los ojos abiertos para ver en qué momento está ahí y tomarlo.