Como parte del cierre del primer caso que llevó a la Suprema Corte de Estados Unidos, defendiendo a una mujer que no recibía un subsidio de vivienda por el simple hecho de ser mujer, a pesar de que hacía el mismo trabajo que sus colegas de las fuerzas armadas, dijo: “No pido ningún favor para mi sexo.
Todo lo que les pido a nuestros hermanos es que quiten su pie de nuestro cuello”, citando a Sarah Moore Grimké (1792-1873), una abolicionista estadounidense, reconocida por ser la madre del movimiento sufragista.
Ruth Bader Ginsburg ganó el caso y sería el primero de cinco de los seis que presentó ante la Suprema Corte de este país.
Ginsburg nació y creció en Brooklyn, Nueva York. Nunca conoció a su hermana porque murió cuando ella era una bebé. A pesar de que siempre fue muy tímida, según la recuerdan amigos y colegas, nunca fue tibia. Sabía dónde estaba parada.
Además de su hermana, también perdió a su madre, Celia, bastante joven; murió cuando ella tenía 17 años y estaba a punto de graduarse de la escuela. Su relación materna la marcó porque le regaló una brújula de consejos que la guió a lo largo de su carrera.
Ruth Bader Ginsgurg recuerda en varias entrevistas lo que seguido le decía Celia: “Sé una dama y sé independiente”. Y por dama no se refería precisamente a esperar la llegada de un príncipe azul, se refería a que no había que dejar que ganaran emociones como el enojo, porque, ahí, se perdían las posibilidades de diálogo.
El mismo año que murió su madre conoció en una cita a ciegas a Martin D. Ginsburg (aunque él ya sabía lo que le esperaba). Se casó con él cuando obtuvo su grado de licenciatura en la Universidad de Cornell.
Frente a este hecho su familia se quedó mucho más tranquila de que Ruth persiguiera la carrera de Derecho en la universidad de Harvard, porque, siguiendo la lógica de la época, si no lograba su objetivo tendría a un esposo para mantenerla.
Sus inquietudes legales nacieron del escabroso contexto por el que pasaba Estados Unidos en aquella época: todo parecía un performance de fiebre roja que detestaba fervientemente el comunismo. Ruth pensó que las leyes eran un gran espacio para transformar las dinámicas políticas y sociales que veía en su país.
Una de nueve
En un salón de más de 500 hombres, Ruth Bader Ginsburg fue una de las nueve mujeres de su clase; empezó sus cursos con una hija de 14 meses. Pocas veces le daban la palabra, y en una cena con el decano de la escuela, en la que invitaron a las nueve alumnas, les pidieron que explicaran ¿por qué estaban ocupando un lugar en la universidad que pudo haber sido ocupado por un hombre? No era sencillo transitar en un ambiente académico hecho por y para hombres.
Aun así, Ruth logró en su segundo año aparecer en la revista Law Review, donde salían únicamente las personas que tuvieran uno de los 25 mejores promedios. En su segundo año de clases, su esposo fue diagnosticado con cáncer testicular.
En aquella época no existía la quimioterapia, solo la radiación. Marty, como le decía Ruth de cariño, estaba cursando su tercer año de la carrera. Iba en la mañana al hospital, regresaba con un gran malestar, dormía y después se levantaba a medianoche, recuerda Ruth en diferentes entrevistas.
Entonces, Ruth se dedicó a transcribir las notas de los compañeros de clase de Marty para leérselas para que no se quedara atrás. Dormía poco (cerca de dos horas al día) y trabajaba mucho, cuidando de su hija de dos años y de su esposo, estudiando por los dos.
Posteriormente, a Marty le ofrecieron un trabajo en Nueva York, era un abogado fiscalista y se había ganado una buena reputación. Entonces Ruth decidió terminar sus estudios en la Facultad de Derecho de Columbia, donde se graduó con el mejor promedio de su clase.
A la hora de buscar trabajo, Ruth se dio cuenta de que el sistema legal no solo tenía pequeñas fallas, sino que fomentaba sistemáticamente la discriminación de género. A pesar de tener grandes recomendaciones de maestros, en más de una ocasión le dijeron “aquí no trabajamos con mujeres”.
En contraste, durante su estancia en Suecia se desdobló un nuevo horizonte de posibilidades; las mujeres parecían ser respetadas por el trabajo que hacían, no había necesidad de decidir entre ser ama de casa o tener un trabajo.
Luego se convirtió en profesora en Rutgers Law School y Columbia Law School, enseñando procedimiento civil como una de las pocas mujeres en su campo. A petición de sus alumnos, dedicó un curso a leyes y género.
Ahí empezó su trabajo como abogada que la llevó, eventualmente, a presentarse frente a la Suprema Corte de Justicia y defender el caso de la mujer que había sido discriminada por las fuerzas armadas, a un hombre al que al quedarse viudo y con una hija no tenía acceso a apoyos gubernamentales a los que John Roberts, lideró por mayoría una disposición fundamental para la Ley de Derechos Electorales.
Su postura sugería que, antes de hacer cualquier cambio al proceso de votación, era importante que las jurisdicciones con una historia de disciminación racial fueran sometidas a una supervisión federal.
La jueza Ginsburg expresó un profundo desacuerdo con esa postura y señaló al congreso que todo el asunto parecía “un abrumador apoyo bipartidista. La triste ironía de la decisión de hoy radica en que (la corte) no ha comprendido por qué la (ley) ha demostrado su eficacia”.
Después de su pronunciamiento, el internet explotó, se acuñó su nuevo apodo y se hicieron posters con lemas como “You can’t spell TRUTH without RUTH” (no puedes escribir ‘verdad’ sin ‘Ruth’). Nunca faltó a un solo día de trabajo, incluso en las primeras ocasiones en las que tuvo cáncer.
Creía en el poder de la ley, pero nunca perdió de vista que porque algo fuera legal era necesariamente justo. Murió a sus 87 años el 18 de septiembre de 2020, por complicaciones de cáncer de páncreas. c sí tenían las mujeres, porque la ley suponía que la mujer era siempre la que debía estar a cargo de la familia, entre otros.
Redefiniendo el territorio legal A pesar de tener una lista larga de buenos candidatos no le tomó más de 15 minutos a Bill Clinton para proponer a Ruth como jueza para la Suprema Corte de Justicia. “Me convenció casi al instante”, dice Clinton en el documental RBG.
Eligiendo cada palabra con delicado cuidado, como siempre, en su sesión de confirmación habló sobre el derecho al aborto. Se trataba de que las mujeres pudieran decidir sobre su propio cuerpo, se trataba de la dignidad humana.
Sin mucho alboroto, se aprobó su candidatura con 96 a tres votos. Durante sus primeros años apostó más bien por la conciliación. Ruth tenía una increíble capacidad de escuchar a los otros y no transformarlos en personajes de sus propias creencias, podía siempre encontrar un terreno común.
Su amistad con el juez Scalia, que era profundamente conservador, fue un claro ejemplo de ello. Iban a la ópera juntos, viajaban y compartían intereses más allá del terreno legal. En un evento al que invitaron a los dos, Scalia dijo con un tono risueño: “Es una gran persona, le gusta la ópera, no hay nada que no te pueda gustar de ella, salvo su perspectiva respecto a la ley, por supuesto”.
Si bien era adepta al juego de la conciliación, nunca dejó de decir lo que pensaba. Cuando los liberales perdieron la mayoría, se presentaron una serie de casos donde la jueza se posicionó en contra de la mayoría e, incluso, logró que se resolvieran casos a su favor.
Tal vez uno de los más importantes fue el caso del Instituto Militar de Virginia en 1996, porque fue el primer caso en el que Ruth pudo hacer cambios considerables ligados a la disciminación de género.
En esta academia se prohibía la entrada de mujeres. Ginsburg argumentó que muchas mujeres tenían las habilidades necesarias y cumplían con los requisitos para insertarse en la dinámica estricta de la academia. A 20 años de que se resolviera el caso, la invitaron para celebrar este histórico cambio del instituto.
Hubo un caso en particular que, además de ser crucial, la transformó en un ícono pop y le ganó el apodo de Notorious RBG, que hace referencia al rapero Notorious BIG. En 2013 el presidente del Tribunal Supremo, John Roberts, lideró por mayoría una disposición fundamental para la Ley de Derechos Electorales.
Su postura sugería que, antes de hacer cualquier cambio al proceso de votación, era importante que las jurisdicciones con una historia de disciminación racial fueran sometidas a una supervisión federal.
La jueza Ginsburg expresó un profundo desacuerdo con esa postura y señaló al congreso que todo el asunto parecía “un abrumador apoyo bipartidista. La triste ironía de la decisión de hoy radica en que (la corte) no ha comprendido por qué la (ley) ha demostrado su eficacia”.
Después de su pronunciamiento, el internet explotó, se acuñó su nuevo apodo y se hicieron posters con lemas como “You can’t spell TRUTH without RUTH” (no puedes escribir ‘verdad’ sin ‘Ruth’). Nunca faltó a un solo día de trabajo, incluso en las primeras ocasiones en las que tuvo cáncer.
Creía en el poder de la ley, pero nunca perdió de vista que porque algo fuera legal era necesariamente justo. Murió a sus 87 años el 18 de septiembre de 2020, por complicaciones de cáncer de páncreas.