Rafael Nadal es el más grande deportista español de todos los tiempos y uno de los mejores en todo el mundo.
El jugador de Mallorca, que se inició en el deporte a los tres años por su tío Toni Nadal, y que también era un ávido futbolista cuyo padre lo hizo decidirse entre ambas disciplinas a los 12 años, se despidió del tenis esta semana en Málaga, tras 22 años de una de las mejores carreras deportivas que se hayan visto.
“Perdí mi primer partido de Davis y pierdo el último. Se cierra el círculo”, fueron sus primeras palabras tras su último match en la Copa Davis al perder contra Países Bajos en los cuartos de final.
Es el fin de una era, la era Nadal, una marcada por 20 Grand Slams (lo que lo convierte en el jugador con más Grand Slams después del serbio Novak Djokovic, quien tiene 22), pero sobre todo, una caracterizada por una profunda sencillez que, de haber quien cuestione su talento como deportista, no podría debatir lo querido y respetado que es por los aficionados al tenis.
“Lo dije antes, los títulos, los números ahí están, así que probablemente me recuerden por eso, pero yo quiero que me recuerden como una buena persona de un pequeño pueblo en Mallorca, que tuvo la suerte de seguir sus sueños y trabajar lo más fuerte posible para poder conseguir lo que hoy conseguí. Tuve mucha suerte de poder tener este carrera”, dijo el tenista quien en 2019 se casó con su amor de la juventud, Mery Perelló, quien era compañera del colegio de la hermana de él.
Su amor por México, pero especialmente por Acapulco, donde ganó el Abierto Mexicano de Tenis por primera vez a los 18 años, lo volvieron una figura reconocida y querida en nuestro país.
Cualquiera que se lo haya topado en el hotel Princess durante alguno de los Abiertos puede hablar de lo agradable e incluso tímido que es, en cualquier momento de su carrera.
De esa primera victoria fue que se originó la anécdota del trofeo perdido que dejó en el auto, al bajarse para tomar el avión en el aeropuerto de la Ciudad de México.