Nacido en Ensenada, Baja California, el maestro Natanael Espinoza es uno de los directores de orquesta mexicanos más aclamados a nivel mundial. También uno de los más polifacéticos, pues un día lo vemos acompañar a tenores como Andrea Bocelli o Javier Camarena en Italia, y al siguiente guiar a los músicos en algún concierto sinfónico de Mijares, en México.
A Natanael le gusta toda la música: “En mi casa tuve la fortuna de estar, por un lado, escuchando a mi mamá que ponía muchos clásicos, como Vivaldi, y por el otro, a mi padre, que le gustaba la música tradicional mexicana norteña”, recuerda el maestro, quien actualmente dirige la Orquesta Filarmónica del Desierto, de Coahuila.
Quizá, estas influencias lo han llevado a ser un director poco convencional, alejado totalmente de la imagen solemne del hombre con frac que agita la batuta. Él, en cambio, viste de forma casual en todas sus presentaciones y simplemente Natanael Espinoza disfruta hacer lo que hace desde los seis años, cuando se acercó a instrumentos como el piano, la guitarra, el clarinete y el violonchelo: “romper el silencio y contar historias a través de la música”. Así lo describe él.
¿Cómo fue que optaste por la música desde pequeño?
En el sentido romántico, siempre dicen que la música es la que te llama, aunque creo que también tiene que ver mucho el entorno en el que uno crece. Yo tuve la inquietud de estudiar un instrumento y afortunadamente conté con el apoyo de mi familia para hacerlo, porque de niño yo era el que solicitaba estar en clases de piano, de flauta, de canto... Obviamente no eran cosas profesionales, pero fueron nutriendo mi parte artística y, aunque lo tuve muy claro desde niño, cuando llegó la hora de decidir una carrera, aquello que era un hobby comenzó a tener un sentido mucho más profesional.
¿Qué tan complicado fue ese inicio para alguien de provincia?
Es mejor ahora. El camino está un poco más trazado, pero hay que ser conscientes de que en México la cultura está centralizada. Las mejores escuelas están en las ciudades grandes. Cuando era un adolescente de 16, para poder estudiar, tuve que migrar a Saltillo, porque la universidad en Ensenada no ofrecía la licenciatura en Música. Hoy en día la tienen, así que ya hay mejores opciones que cuando yo estaba aspirando a dedicarme profesionalmente a esto.
¿Cómo ves, a la distancia, a ese adolescente que dejó todo por dedicarse a la música?
Pienso que fue una actitud muy temeraria de mi parte, pero, más que voltear hacia atrás, creo que hace falta mirar hacia delante. Por ejemplo, yo ahora veo a mi hijo mayor, que tiene 10 años, y no sé si en seis años más yo lo dejaría irse a tres mil kilómetros de distancia de su casa para perseguir sus sueños. Seguramente terminaría por aceptarlo, pero, en mi caso, fue una experiencia súper linda que no cambiaría por nada. Creo que crecí muy rápido como persona y me consolidé como artista, por lo menos en ese artista que yo pretendía ser (...)
Al principio no pensaba dedicarme a la música académica, más bien quería tener una banda de rock. Ahora me enorgullece pensar en mi coraje para hacer las cosas, estando tan lejos de la familia y en las condiciones en las que me encontraba, así que volteo hacia atrás con sorpresa y, honestamente, me doy cuenta de que no fue un error.
Fotografía: JESÚS CORNEJO