Madre a los 51: Naomi Campbell y los mitos de los padres mayores

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Para muchas mujeres, la rotunda certeza de la disminución de la fertilidad pone fuertes obstáculos a sus ambiciones.

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Fotografía: SHUTTERSTOCK

En un nuevo documental que examina la vida de Charlie Chaplin, los realizadores exploran el legado cultural del actor que se volvió un icono mundial interpretando a un pequeño vagabundo. Además de ser un talentoso artista de vodevil y mimo, aunque con una inclinación al sentimentalismo lacrimógeno (siempre he sido del equipo de Buster Keaton), también fue un padre mayor. Chaplin tuvo su último hijo, Christopher James Chaplin, en 1962, más de 40 años después del primero.

A los 73 años, se convirtió en el ejemplo de la virilidad masculina y en el santo patrón de los progenitores a una edad avanzada, entre cuyos miembros famosos se encuentran Michael Douglas (58), Paul McCartney (61) y Steve Martin, que fue padre por primera vez a los 67 años. Mick Jagger se volvió el padre célebre de mayor edad en 2016, cuando le arrebató el título, aunque no oficial, a Chaplin, que ostentaba desde hace tiempo.

Pero el nombre de Chaplin sigue siendo invocado por los hombres como un ejemplo de paternidad que se deja para más adelante. El hecho de que ellos no estén obligados a tomar decisiones de vida en función de su constitución biológica sigue siendo un argumento incómodo del que a menudo se obtienen resultados tristes. A las mujeres les aterroriza saber que su fertilidad empieza a desplomarse después de cumplir los 30 años. 

Los hombres suelen pasar la primera etapa de la vida adulta sin las limitaciones de la responsabilidad. Todavía me persiguen las palabras que escribió una vez mi colega Janan Ganesh sobre la alegría de estar en los treinta. La mejor década de la vida, argumentaba, es especialmente satisfactoria porque tienes “más energía”, una “vida social vigorosa” y puedes explorar tu “curiosidad juvenil”. Por el contrario, recuerdo mis treinta como los más difíciles física y mentalmente: mi vida social se paralizó, mi carrera se estancó y gasté mi energía criando a un bebé.

Aunque soy prudente a la hora de señalar un comportamiento tan heteronormativo, me pareció un buen ejemplo de las diferentes actitudes que tradicionalmente tienen los hombres y las mujeres sobre el envejecimiento. Para muchas mujeres, la terrible y rotunda certeza de la disminución de su fertilidad pone duros obstáculos a sus ambiciones. Y aunque no estoy sugiriendo que muchos hombres jóvenes no estén impacientes por ser padres, sí sugiere que las conversaciones sobre las parejas, las familias y el futuro suelen partir de puntos de vista diferentes.

A medida que la edad de natalidad aumenta (según la Oficina de Estadísticas Nacionales, el 50.1 por ciento de las mujeres nacidas en 1990 no tenían hijos cuando cumplieron los 30 años), también lo hacen los índices de infertilidad. Una de cada siete parejas heterosexuales del Reino Unido tiene problemas de fertilidad, y las cifras van en aumento. A pesar de los avances de la tecnología médica, los resultados de los tratamientos de fertilidad siguen siendo comparativamente brutales.

Existe una terrible falta de transparencia en torno al éxito de los tratamientos de Fertilidad In Vitro, o FIV (solamente el 8 por ciento si tienes más de 40 años), mientras que las mujeres que utilizan sus propios óvulos congelados en el tratamiento tienen una tasa promedio de éxito de únicamente el 18 por ciento.

Sin embargo, a poca gente le gusta hablar de esto, porque suena muy crítico y desalentador. Nadie quiere decirle a la amiga que va a someterse a su quinta ronda de FIV a los 39 años que las posibilidades de concebir son muy escasas. Y tampoco, por desgracia, las consultas privadas que ofrecen estos tratamientos, porque ganan demasiado dinero. En cambio, nos inclinamos por el optimismo cuando hablamos de tener bebés porque no somos unos monstruos absolutos y la verdad es demasiado desagradable. Hablamos de nacimientos milagrosos y de sorpresas maravillosas y luego endiosamos a las madres mayores.

En marzo, por ejemplo, Naomi Campbell, de 51 años, aparece en la portada de Vogue con un aspecto beatífico junto a su hija de nueve meses. “Siempre supe que un día tendría un hijo”, anuncia el titular, junto a las palabras “Figura materna”. Los detalles del nacimiento siguen siendo desconocidos, con excepción de la afirmación de Naomi de que la bebé “no fue adoptada”.

La modelo, que realiza la entrevista a bordo de un avión desde Qatar, dice que su hija es “una buena niña”, que “duerme muy bien” y que está perfectamente acostumbrada a lidiar con la agenda internacional de Campbell. No habla del nombre de la niña. También se abstiene de hablar del padre de su hija. Actualmente está escribiendo un libro que podría contarnos más, pero la bebé de Naomi es asunto de Naomi.

En muchos sentidos, la experiencia de maternidad de la modelo se verá como una reivindicación feminista: tuvo una bebé, en sus términos, cuando estaba preparada y desafiando las convenciones médicas. También es un ejemplo del creciente número de mujeres (y hombres) que eligen ser padres solteros desde el momento de la concepción. 

Así como Chaplin liberó a los hombres de las exigencias del compromiso a largo plazo, Campbell se convertirá ahora en un modelo para las mujeres que también quieren disfrutar de sus treintas, participar en extenuantes actividades sociales y saciar su curiosidad juvenil. Es posible que la ciencia avance tanto que las madres de 51 años se conviertan en algo normal.

Pero no puedo evitar la sensación de que la historia alimenta una narrativa más amplia y a veces peligrosa en la que la gente piensa que la maternidad puede sucederle a cualquiera. Cada bebé es un milagro, pero cada vez más el camino para tener uno es dolorosamente caro y emocionalmente brutal.


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  • Aracely Garza