Lydia Cacho lanza su libro El día que invadieron mi planeta

Personajes

La periodista y defensora de Derechos Humanos habla de su primer libro infantil: El día que invadieron mi planeta.

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La escritora también es autora de Los demonios del Edén y Las esclavas del poder. (Foto: cortesía)

Lydia Cacho, también autora de Los demonios del Edén y Las esclavas del, incursiona en en la literatura infantil con El día que invadieron mi planeta, un relato que nace a partir de la convivencia que tuvo con niñas y niños luego de su primer viaje a Ucrania, semanas después de la invasión rusa.

La periodista nos comparte su reflexión sobre esta experiencia y el porqué publica este texto.

“Yo siempre he sido pacifista. Toda mi vida he creído que toda esa glorificación de la guerra, los guerreros, del colonialismo y demás, en la literatura, el cine e incluso en algunos medios de comunicación, le ha hecho un gran daño a la humanidad. 

Justo por eso he tratado de poner mi mirada en esto que llamamos periodismo de paz, incluso cuando he cubierto temas como la guerra contra el narco en México, en sus momentos más álgidos, o ahora escribiendo sobre el conflicto en Ucrania.

Sin embargo, una de las cosas que más llamó mi atención es que, en contraste con otros países que están bajo acciones genocidas o bélicas, las niñas, niños y jóvenes que entrevisté en Ucrania, tienen un sentido muy particular de dignidad y defensa de su tierra y de su gente, que yo no había visto en otras latitudes ni en otras circunstancias similares.

Es decir, tienen miedo, ansiedad, insomnio y sufren de todo lo que tiene que ver con estrés postraumático severo, pero no es porque sean necesariamente patrióticos. 

No están defendiendo a su país o su gobierno. Están defendiendo su tierra, su comunidad y su gente. Y eso es muy peculiar porque, además, lo explican los niños y las niñas de una forma muy amorosa.

Yo creo que eso fue uno de mis grandes aprendizajes en esta investigación, pues, aunque, inicialmente el libro iba a estar un poco más dirigido a adultos, terminó convirtiéndose en este cuento infantil titulado El día que invadieron mi planeta.

Es algo que no había hecho antes. Aún así, hay personas mayores que me han dicho que por fin entendieron la invasión rusa, a partir de este trabajo. La idea inicial era entrevistarlos y hablar, desde una mirada psicopedagógica, cómo viven el trauma de la guerra los niños y las niñas.

Me parece que es un tema muy poco explorado en el periodismo e incluso en la literatura. Evidentemente hay grandes expertos, pero no suficientes, desde mi punto de vista.

La periodista visitó Ucrania tras la invasión rusa para escribir este libro.

Creo que es muy importante entender cómo se reproducen las violencias y qué significa eso para estos menores que tienen entre nueve y 11 años, pero que, dentro de 10 años, cuando yo vuelva, si es que puedo volver a Ucrania, serán personas adultas.

La pregunta que siempre me hago es qué va a pasar con ellos, igual que al cubrir casos de pornografía infantil, pederastia, explotación sexual o violencia doméstica.

Una generación entera vive en estado de incertidumbre y dolor histórico que probablemente en tres generaciones no puedan sanar. Esos son los temas que me interesa abordar”, compartió.


Este libro dedicado a los niños ¿podría tomarse como un respiro que necesitabas?

Es lo que yo creía hasta que hasta que lo leyó mi agente, pues me dijo que no es un libro liviano. No puedo negar el origen de mi tipo de trabajo periodístico, de mi especialidad, y hacer un libro más ligero, digamos, es imposible. 

Cuando decidí irme a hacer esta historia, volé a Polonia y de ahí en coche atravesamos a lo largo de toda la noche para poder llegar. Es decir, hay todo un esfuerzo para poder visitar una zona de guerra cuando eres una reportera independiente como yo, que no tiene un gran medio de comunicación detrás que la apoye o la lleve. 

Y este viaje lo hice justo por eso: porque me mueve muchísimo contar las historias desde un lugar distinto, desde un lugar que está informado y que ayude a informar. Que sea respetuoso, compasivo y que no reproduzca la violencia a través de los textos. 

Creo que ese es uno de los grandes retos cuando escribes un libro como este. Lo acaba de leer el hijo pequeñito de un amigo mío, periodista español, y me dijo que le había encantado y que por fin había entendido lo que era la guerra. Yo esperaba lograr eso con este libro.

¿Cuántos días estuviste en Ucrania y cómo te marcó interiormente esta experiencia?

La primera la primera vez estuve una semana. Después estuve cuatro días viajando en diferentes lugares como Mariúpol, que es un poco más complicado porque ya está totalmente tomado por los rusos.

Como todo el trabajo periodístico de investigación, donde estás entrando en contacto con personas que están sufriendo dolor extremo, ansiedad, miedo, angustia, sentido de pérdida y tiene la muerte tan de cerca, todo a su alrededor es un caos. Entonces, tú llegas a meterte en ese caos y tienes que hacerlo de una manera profundamente respetuosa.

Yo normalmente, cuando voy a este tipo de trabajo, jamás me tomo fotos, no me tomo selfies, ni mucho menos las subo a redes... No voy haciendo turismo periodístico en la guerra, pero tomo fotos de muchas personas y de hechos concretos. Un día veníamos de vuelta caminando por la noche, John Lee Anderson, mi amigo periodista y yo, hacia el sitio donde estábamos durmiendo. 

Habíamos escuchado bombardeos y habían caído misiles en ciertos sitios, así que debíamos decidir si ir o no. De pronto llegamos a una pequeña callecita y veo un joven que no tenía ni 20 años, con un micrófono, un bafle y una guitarra, cantando una balada en ucraniano y poniendo todo el alma en ella… Entonces, en un contexto de guerra, la gente empezó a rodearlo y a cantar con él. Ese fue el único momento en el que yo lloré.

¿No sueles llorar?

Nunca. Porque tú no vas a compartir tu dolor con las personas que están sufriendo. Vas ahí a escucharles y ya luego, lo que lo que trabajes en terapia cuando vuelves a casa, es otra historia… No es lo que nos corresponde, pero ahí sí, estaba grabando a este chico y me solté llorando. 

Cuando miré a John, él estaba también con los ojos llenos de lágrimas. Son estos momentos en los que descubres que la gente, en medio del horror, está ahí intentando incluso hacer música, sacar algo de su alma que le permita sobrevivir de una manera distinta y creo que es lo que nos pasa a nosotros los periodistas también.

La periodista con su nuevo libro, El día que invadieron mi planeta. (Fotos: cortesía)

Después de todas las experiencias que has vivido, ¿sientes que estás blindada ante el dolor?

Yo no sé si estoy blindada, lo que sí te puedo decir es que, en terapia, lo he platicado con mi psicóloga. Ha sido tal el estrés postraumático de tantos y tantos años, de vivir con amenazas, con persecución en el exilio, de perderlo todo en México, de tener que deshacerme de mi casa, que era mi único bien material, de alejarme de mi familia que no he podido ver, etc. Y lo que todo eso ha hecho es, por un lado, generar muchísima tristeza, que he trabajado, junto con la depresión, que es evidente que te causa vivir tanto tiempo con tanto dolor. 

Pero, por otro lado, sí es verdad que el miedo se transformó en una cosa muy distinta, pero eso fue a lo largo de los años. Yo creo que a partir de la tortura en 2005-2006, que en terapia yo me di cuenta que no tenía miedo, es decir, no tengo temor ni a la muerte, ni a exponerme. Trato de no ponerme en riesgo innecesario, hago las cosas de una forma muy inteligente, pero efectivamente no, no tengo miedo. Lo que tengo a veces es muchísima tristeza por lo abrumador que es todo lo que nos rodea, la violencia que nos rodea, la corrupción, la impunidad, un poco la frustración. 

Entonces el sentimiento que más me habita, en general, es la tristeza. El dolor del mundo y por eso voy allá a esos lugares sin miedo, a tratar de entender y de explicar cómo salimos todas y todos juntos de ese dolor.

¿Se acostumbra uno a vivir el día a día, sabiendo que siempre hay una bala dirigida a ti?

No te acostumbras, pero aprendes a vivir con ello. Una de las cosas que yo descubrí, después de los primeros años de tener amenazas y cuando me pusieron la escolta armada de la PGR, desde el año 2003, era que lo que lo que ellos quieren. Los criminales y los políticos corruptos, lo que quieren es que las y los periodistas vivamos sometidos bajo el miedo. Que no podamos tener una vida normal, que no podamos ser felices, que no podamos enamorarnos, y que no podamos cuidar de nuestras familias. 

Quieren que vivamos masticando miedo todo el tiempo. Por eso es tan importante el trabajo en la salud mental. Y yo lo he hecho mucho. Es decir, yo nunca he dejado de ir a terapia en toda mi vida prácticamente, gracias a que mi madre era psicóloga y nos enseñó que la salud mental es fundamental. Mi hermana pequeña es psicóloga también y ha sido una brújula importantísima en esto. Entonces, creo que no debemos acostumbrarnos al sufrimiento ni al dolor. 

Lo que hacemos es aprender a convivir con él y a buscar nuevos caminos para explicarlo para las y los demás, pero también para una misma. Siento que yo, por ejemplo, con este y con todos los libros que he publicado, he aprendido mucho más de lo que puedo compartir. Salgo siendo una persona distinta cuando termino un libro y cuando hago una investigación profunda, porque te toca el alma, te toca la inteligencia, el conocimiento, y todo cambia. 

La gente que se acerca y te cuenta sus historias, hace que tú te transformes. Y a mí eso me parece fascinante del periodismo, y por eso me parece que es tan importante hacer buen periodismo, en todos los aspectos.

¿Y ha valido la pena? ¿No hay días en los que piensas que hubiera sido mejor ser repostera?

Pues mira, cuando tenía un año aquí en España, no tenía papeles, estaba con un permiso temporal, ya pagando impuestos, gastándome los pocos ahorros que tenía. En fin, con una angustia horrible y con muchísima ansiedad. Hubo un momento en el que fui al supermercado y estaba contando los centavos para pagar la cuenta. 

No tenía tarjeta de crédito en España, pues no me la daban. De pronto miré a la chica de la caja y pensé ¿Por qué no me meto a trabajar en un café? De hecho, acá (en Madrid) te cobran más impuestos por ser trabajador independiente que por ser empleado de alguien. 

Así que mira, yo podría hacer cualquier cosa y he hecho muchas cosas… Cuando era muy joven, hubo una época en la que quería estudiar francés y no tenía dinero para pagármelo y limpié casas. Entonces, yo creo que sí han habido muchos momentos de mi vida en los que me siento harta de la impunidad, de la persecución y de no tener una vida normal. Pero, por otro lado, de pronto me despierto y me escriben para ofrecerme la posibilidad de llegar a Ucrania y meterme en un coche a recorrer una zona de guerra. 

Ahí es cuando vuelvo a decir: “¡Claro que sí quiero, y claro que sí puedo. Además sé hacerlo!”... Eso no impide que haga otras cosas con mi vida. No soy muy buena cocinera, pero estoy aprendiendo repostería, así que nunca se sabe dónde va a terminar. En especial con esta edad, porque ya tengo 61 años, y a lo mejor voy a terminar haciendo repostería. Ya te contaré.



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