En el medio artístico hay pocas relaciones de padre-hija como la que tienen Mía y Erik Rubín.
Esto quedó demostrado recientemente tras su participación en el programa de televisión Juego de Voces, donde el público pudo ser testigo de que, aparte de la evidente convivencia familiar que tienen, la comunicación entre ambos es tan buena, que componen música juntos, viajan, ofrecen conciertos y, además, ahora él lleva las riendas de la carrera de su primogénita.
Y es que, a sus 19 años, Mía está decidida a triunfar como cantante y actriz, por lo que ha elegido a su famoso padre como mentor y representante.
“Por fortuna tengo unos papás a quienes amo con todo mi corazón, que me apoyan y siempre van a estar ahí para mí. La diferencia con él, es que justo mezclamos también lo laboral... Mi mamá (la conductora Andrea Legarreta) me ha ayudado a muchas cosas, a castings y en mi preparación en general. Pero con mi papá es distinto. Compartimos el amor por la música. Fue por eso decidí que él sea quien lleve mi carrera y me guíe en este mundo”, nos compartió Mía en entrevista, ante la mirada orgullosa de su padre.
“Pienso que hay personas que tal vez verán primero por su bien, que por el tuyo. Entonces, el saber que mi papá va a estar ahí para cuidarme, protegerme y hacer lo que sea mejor para mí, me da mucha seguridad. Porque, al final, él es un músico consagrado, que ha vivido muchísimas cosas, y obviamente va a evitar que yo viva momentos desagradables. Sabe a qué nos enfrentamos los artistas y por eso, para mí, es lo máximo poder tenerlo a mi lado y aprender de él todos los días”, agregó.
Hermosa conexión
Mía nos platica que una de las cualidades que más admira en Erik, es el tesón con el que ha mantenido su carrera siempre vigente.
“Mi papá es el vivo ejemplo de que si tú le friegas y no te rindes, al final las cosas pasan. Ahora más que nunca, que ha estado también como productor de teatro en Jesucristo Superestrella o Vaselina, me ha enseñado que uno mismo debe generar las cosas... Sin duda él me ha mostrado con el ejemplo cómo se debe trabajar y que no hay que tener miedo de tocar puertas, pero, que si te las cierran, hay que hacer las cosas uno mismo. Así es como él ha llegado a la cima, siempre con mucha dedicación y amor por su profesión”, expresa.
Aún así, niega ser la consentida de papá. “El trabajar juntos hace que, además de padre e hija, seamos cómplices en muchos proyectos, como el EP que acabo de lanzar. Podría ser que por temas laborales nos veamos un poco más, pero con mi hermana Nina también tiene una relación preciosa.
Creo que conectamos de manera muy distinta con cada uno de nuestros papás, aunque nuestra comunicación sigue siendo igual de amorosa e igual de buena. De hecho, mi papá tiene una conexión tan hermosa con mi hermana, que en verdad es envidiable. Pero también yo la tengo. De una manera distinta, pero con mi hermana tengo una complicidad muy, muy hermosa... Ella es mi hermana pequeña, pero a veces siento que hasta podría ser mi mamá, porque tiene unos consejos increíbles. Es súper culta, muy inteligente, pero también es como mi bebé, en otro sentido. Siento como si todavía fuera una niña pequeña, a quien amo y adoro, y con quien tengo una hermosa amistad, además de ser hermanas”, aclara.
Un motor muy grande
Por su parte, Erik nos contó cómo fue aquel 22 de abril de 2005, cuando se convirtió en padre y tuvo a Mía por primera vez en los brazos.
“Fue un momento muy fuerte. De mucha felicidad, pero híjole, también de mucho estrés. Habíamos trabajado bastante tiempo (Andrea Legarreta y él), para lograr el sueño de ser papás, y bueno, después de una pérdida y de situaciones muy complicadas, aquel fue un momento de enorme dicha...
Recuerdo que, durante el parto, yo estaba lleno de angustia, pero después sentí mucha felicidad y agradecimiento. Porque en momentos puedes pensar que a lo mejor la paternidad es algo que no te va a tocar vivir, e inclusive empiezas a contemplar otras opciones; pero cuando sucede, solo queda estar agradecido con la vida y con Dios”, relata Erik.
Según nos cuenta, la llegada de cada una de sus hijas lo fue transformando profundamente como ser humano.
“De principio, comienzas a hacer un análisis para descubrir quién eres realmente, y ver qué es lo que van a aprender tus hijos de ti. Entonces, llega este cuestionamiento de quién soy y quién quiero ser. También entender que ahora ya no eres tú solo quien importa, sino que hay alguien más que depende de ti...
Cambian tus horarios y cambia tu vida, pero también cambia tu impulso. Los hijos se convierten en un motor muy grande y, por lo menos en mi caso, fue como un propulsor para trabajar más duro y prepararme más, y así darle un futuro a esa pequeña criatura que estaba en mis brazos. Yo sabía que iba a necesitar mucho de mí y la principal preocupación era darle amor, que se sintiera muy querida, bienvenida, cuidarle y enseñarle y también a disfrutar de la vida”, nos dice.
Romper las cadenas
A Erik, la paternidad también le ha servido para entender a sus propios padres y tratar de corregir algunos patrones de conducta.
“Podría hablar de muchas cosas. La verdad, fui un niño muy solo de pequeño, cuando se divorciaron mis papás. Entonces, precisamente por eso, quise romper las cadenas y hacer un autoanálisis profundo de quién era yo, más allá de lo que había vivido. Por mi educación, por mis circunstancias, quise identificar lo que no quería repetir y lo que no quería que vivieran mis hijas... No podría hacer una lista, porque son cosas qu ya trabajé, pero que me llevaron a descubrir los patrones que no quería repetir... Puedo decir que sí tuve cerca la figura de mi papá y de mi mamá. En algún momento, cuando se divorciaron, tuve además la figura de mi abuela, por algún tiempo. Ya después regresé con ellos. Pero, más allá de clavarme en lo que viví, mi reto es siempre ser una mejor persona para ellas y que haya buena comunicación entre nosotros”, señala.
De ahí que, tanto Mía como Nina, hayan tomado con normalidad la separación de sus padres, luego de casi 23 años de matrimonio.
“Se puede decir que nuestra dinámica familiar no se transformó, porque ambas son niñas muy maduras. Además, porque, literal, nos vemos a diario... Ellas notan que Andrea y yo nos llevamos muy bien, que hay amor de por medio, nos ven juntos, e incluso seguimos haciendo viajes todos juntos. Obvio, en algunos momentos a lo mejor hay cierta añoranza. Pero es más como ilusión, porque, en la acción, lo único que ven es que tenemos una gran relación y nos amamos profundamente. Eso creo que es más importante”, precisó Erik.
Y Mía aprovechó para agregar: “No vivimos con mi papá, pero él viene a comer todos los días a la casa. Lo veo en el estudio y, honestamente, siento que tengo mi tiempo en familia. Es raro no tenerlo en casa, pero hasta los fines de semana él viene a desayunar con nosotras, pues, aunque no lo crean, somos una familia demasiado unida... Mucha gente no logra entender que, pese a un divorcio y que los papás ya no estén juntos, pueda haber todavía una familia feliz y completa. Pero ese es nuestro caso. Disfrutamos el tiempo los cuatro y creo que todo pasa para algo. Al final, el amor sigue estando ahí, pero se transforma. Es hermoso ver que mis papás se lleven tan bien y yo los admiro muchísimo por eso”, añadió Mía.
El mayor regalo
Hoy, con 41 años de trayectoria musical, más de 1 millón de copias vendidas como solista, otros tantos como productor e integrante de la banda Timbiriche, Erik asegura que el mayor logro de su vida son sus hijas.
“Me siento sumamente feliz de verlas realizadas. Sin duda, soy muy afortunado de que nos hayan tocado este par de niñas tan lindas, sensibles y amorosas. Porque tendrán algunas cosas en común, pero creo que ellas son individuos diferentes a Andrea o a mí... El mayor regalo de un padre es poder ver a sus hijos felices haciendo lo que les gusta y les llena. No ha sido un proceso fácil. Todos en la vida, en nuestro crecimiento, tenemos dudas y obstáculos, pero yo estoy orgulloso y nada más me hace más feliz que compartir sus triunfos”, dice.
Y terminó la charla con un mensaje para todos los padres, en este día dedicado a ellos. “Que no se pierdan de vivir cada uno de los procesos, de entrarle a la bañada, al cambio de pañales, a darles de comer. Porque de repente, cuando menos nos damos cuenta, volteamos y ya son grandes. Entonces disfruten cada una de las etapas, porque son únicas e irrepetibles”, finalizó.