La fisionomía de nuestras ciudades cambia constantemente. La ciudad alberga a millones de personas, cada una con su historia y por consiguiente millones de historias que se entrelazan entre sí. Como ciudadanos, día a día tenemos necesidades, en ocasiones para atenderse individualmente, y en otras, en conjunto. Cuando yo requiero desplazarme para hacer un trámite en un banco, muchos otros también necesitan hacer algún recorrido para satisfacer sus propias necesidades cotidianas. Cuando mi vecino requiere de pasear a su mascota en un espacio público, muchos otros requieren de este mismo espacio para hacer algún deporte o convivir con sus amistades.
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Al vivir en una urbe densamente poblada, como la Zona Metropolitana de Monterrey, las necesidades colectivas escalan exponencialmente. Las áreas destinadas a la movilidad, los espacios públicos y todo aquel uso de suelo requerido crecen desmedidamente estableciendo nuevos requerimientos que no aplicarían si no fuera por su gran escala.
En años recientes varios municipios se han integrado a la ZMM y otros tantos han quedado en el intento. Es probable que por cuestiones políticas y económicas suceda este fenómeno. El Fideicomiso Fondo Metropolitano explicado a detalle en el Diario Oficial de la Federación en su publicación del 31 de enero de 2020, regula recursos federales con especial énfasis para su aplicación zonas metropolitanas.
Con el fin de facilitar la obtención de capital proveniente del FMM, distintos alcaldes han realizado la labor, exitosa o no, de integrar su municipio a la ZMM. Sin embargo, contar con una sola zona metropolitana en el estado conlleva sus riesgos.
En Monterrey nos sentimos orgullosos de la sólida economía con la que contamos. Nos llena de orgullo ser considerados la capital industrial de México, sin embargo, nos enfurece la pésima calidad del aire que respiramos. La riqueza que con empleos generamos sin duda atrae a gente de distintas partes del país, además de evitar la migración de la juventud regia hacia otros sitios. Esto último requiere de la insostenible expansión de la mancha urbana para dar espacios de trabajo, vivienda y ocio a la población. Un crecimiento de la población además involucra el suministro de servicios básicos para la misma: agua, drenaje y energía. No es raro que la demanda de tales servicios involucre inversión en infraestructura que acentúa la deuda de las cuentas públicas, sin olvidar que tales servicios provienen de recursos cada vez más comprometidos a nivel global.
Vivir en una urbe como la ZMM sin duda tiene sus privilegios; hacer de nuestra metrópoli una ciudad resiliente nos involucra en dilemas que representan grandes retos. Ser ciudadanos partícipes de tal resiliencia es un deber, siendo siempre reflexivos de las distintas responsabilidades que como habitantes tenemos. Esperemos pues, que aquellos quienes están próximos a gobernarnos sean conscientes de la resiliencia que requiere demostrar la Zona Metropolitana de Monterrey.