Apuntes de Diseño y Arquitectura

Los utensilios: armas superpoderosas

Lorenzo Díaz Campos

Resulta imposible pensar en nuestra vida cotidiana sin contar con la infinidad de objetos que usamos para las actividades más sencillas, todos ellos ubicuos y de bajo costo. El cepillo para el cabello, la cuchara, la palita para voltear los huevos fritos, un martillo, una escalera, un bolígrafo, una regla, un compás. Todos poseemos varios de ellos, a lo mejor demasiados y ciertamente no reparamos en pensar: ¿qué haríamos sin los utensilios?

Utensillia, plural de utensilis, útil, necesario. Es decir, aquello que desde el tiempo de los romanos es imprescindible. Pero ¿qué hace indispensable a un objeto?, ¿en qué momento le damos el beneficio de "lo útil"?, ¿qué nos hace acomodarlos en cajones, cajitas, repisas, colgarlos en la pared y tenerlos siempre a la mano?

​Me atrevo a decir que su gran valor radica en que estos pequeños y banales objetos de todos los días en realidad nos dan superpoderes, extienden más allá de lo imaginado nuestras capacidades físicas y nuestros sentidos, alargan además nuestras vidas. Meter las manos en agua hirviendo o en aceite caliente, encaramarse en algo para llegar a las alturas, golpear con fuerza un clavo a mano pelona es simplemente impensable. Sin estos compañeros de vida nos vemos reducidos a nuestra frágil condición humana, perdemos nuestros superpoderes.

Es así como cada uno de nosotros, en solitario o en pareja o familia, nos vamos haciendo de utensilios a lo largo de la vida y nuestra colección se va formando de aquellos que encontramos "mejores", los verdaderamente "útiles". Quien no hace coraje cuando al abrir un cajón no encuentra aquel superpoder que buscaba y se conforma a mal resolver el problema en cuestión con una segunda opción que no hace más que hacerlo sufrir a uno. ¡¿Dónde está mi cuchillo favorito?!

En su libro "¿Cómo nacen los objetos?" el gran teórico del diseño, Bruno Munari, dedica un capítulo a hablar del "Compás de Oro para los desconocidos". Para todo aquel que no lo sepa, el "Compás de Oro" es sin duda, el más prestigiado premio del diseño del planeta y reconoce a creadores, clientes y productos destacados. Munari, quien acudía continuamente a la ironía y el sarcasmo para ridiculizar o igualmente ensalzar el quehacer de los diseñadores nos dice:

"Mucho antes de que se empezase a utilizar el término diseño para referirse a una correcta producción de objetos que responden a funciones necesarias, dichos objetos ya se fabrican y siguen fabricándose, y cada vez son mejorados a partir de los materiales y las tecnologías empleadas. Son objetos de uso cotidiano en las casas y en los lugares de trabajo, y la gente los compra porque no hacen caso de las modas, carecen de problemas de símbolos de clase, son objetos bien proyectados y no importa por quien. Este es el verdadero diseño".

Munari escribió su libro en 1981, en pleno movimiento posmodernista, y su texto se volvió casi obligatorio en las escuelas de diseño alrededor del planeta. Superado el movimiento moderno, que en el caso de diseño tiene su alma mater en la mismísima Bauhaus, los diseñadores comenzaron a cuestionar el valor de su trabajo. La relación industria-mercado-cultura se puso entre dicho y el mismo nacimiento de los objetos fue puesto en tela de juicio. Munari, aunque adelantado a su tiempo, habría de ser superado en poco tiempo. 

40 años después otros teóricos del diseño comienzan a hacerse nuevos cuestionamientos. No basta con preguntarse cómo nacen los objetos, sino cómo mueren. Roland Barthes deja esto claro diciendo: "La esencia de un objeto tiene algo que ver con la manera en que se convierte en basura". Hoy nuestros superpoderes pierden validez en la medida que dañan al planeta, no basta ser poderoso, es necesario además hacerlo sin dejar huella en el entorno.

Alice Rawsthorn, en su libro "Design as an Attitude" (Diseño como una actitud) sentencia a los objetos a la desaparición consecuencia de la digitalización del siglo XXI. "Un objeto cuya función puede ser ejecutada por una aplicación digital ahora enfrenta la amenaza de la extinción" y me parece que, en parte, tiene razón. Basta ver los superpoderes que nuestro "teléfono" (y lo entrecomillo ya que en realidad es un equipo de cómputo portátil más allá de realizar llamadas) nos ha concedido. Pero ¿no le estamos dando a la digitalización demasiado crédito?

Rawsthorn pone como ejemplo la llave, si ese pedazo de fierro que ingeniosamente nos permite cerrar una habitación o acceder a ella y que además de portátil es bastante confiable, nos hace ver como "el internet de las cosas" la ha hecho obsoleta y como ahora con una huella digital o el celular podemos tener acceso a un espacio. Ahora bien, esto, aunque cómodo ¿realmente es un progreso?, y sobre todo ¿hace uso inteligente de los recursos?

Hay en el utensilio un aprendizaje milenario, un peso cultural, que lo hace mínimo y por lo tanto brillante. Resulta que esos pequeños compañeros de vida, esos superpoderes cotidianos, contienen valores enormes a los que harían muy bien voltear a ver los diseñadores del futuro.

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