Apuntes de Diseño y Arquitectura
Los sonidos de la ciudad
Lorenzo Díaz Campos
“Van a los caldos a eso de la madrugada
Los que por suerte se escaparon de la Vial
Un trío les canta en Indianilla donde acaban
Ricos y pobres del Distrito Federal”.
- Salvador “Chava” Flores
Los que nacimos y crecimos en una gran urbe aprendimos a ser aturdidos por lo que nos rodea, confundidos con el trajín nos movemos de aquí para allá resolviendo los quehaceres de la vida cotidiana, sacando los días adelante. Se puede aguantar la respiración, se pueden cerrar los ojos, pero los sonidos se siguen provocando en cada esquina. Los sonidos de la ciudad.
Curiosamente los relatos de la metrópolis rara vez giran en torno a estos. El urbanismo, ciencia poco conocida entre los habitantes de una urbe, estudia formas, distribuciones, flujos y comportamientos, pero escasamente hace caso a sus sonidos.
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Hay algunos que evocan a pequeñas zonas de la ciudad y otros que describen a extensiones completas. Por ejemplo, el del carrito de los camotes, ahora abrumado por el de los deliciosos tamales oaxaqueños, es sin duda característico de casi todos los barrios de la Ciudad de México. Resuenan tan profundo en nuestra memoria que mueven fibras muy particulares. Consciente de esto, Cuarón le dio al sonido de la capital un protagonismo único en su largometraje Roma, una tarea que Sergio Díaz, supervisor y editor de sonido de la película, supo ejecutar con singular atención. Las reseñas hicieron referencia a eso una y otra vez, y los ruidos de la urbe pasaron a ser tema de conversación entre expertos y villamelones. Por un momento, inesperado para muchos, los sonidos pasaron a ser parte protagónica de lo que sucedía.
El silbato de la Fundidora en Monterrey marcaba los cambios de turnos de los trabajadores del enorme complejo industrial. Al ser escuchado en gran parte de la urbe marcó a su vez el ritmo de muchas de las actividades de la Sultana del Norte, dando forma a la ciudad. Nostálgicamente sigue sonando a las 8, 12, 13, 18 y 22 horas, un sonido que quedó en la memoria. Tristemente ahora no se escucha ni en la ciudad de antes. Campanas de catedrales, religiosas o industriales marcaron la vida de miles de personas, quienes al escucharlas se daban cuenta del paso del tiempo.
Hoy gran parte de esos sonidos son ruido, como el del omnipresente automóvil que aturde las calles, plazas y avenidas. Ciudades como Venecia son de las pocas que se salvan de estos ubicuos motores, dando un aire muy especial y sorprendiéndonos a todos aquellos que pensamos imposible una metrópoli sin el caos de los coches. Así como a Venecia la caracteriza esta particularidad, a cada urbe la completan una serie de notas sonoras únicas. Sonidos que pocos pueden describir y cuyas características rara vez son señaladas en las guías turísticas.
El extraño fenómeno que la pandemia ha dado pie a estas líneas. Ahora, los pequeños trinos de pájaros, los acordes domésticos que atraviesan calles y cuadras enteras, y sonidos que llegan de zonas distantes llenan de sorpresas la vida urbana. Se trata de un cambio repentino, uno que deja un zumbido en los oídos, ese que promete que el aturdimiento al que estábamos acostumbrados desaparezca, la promesa no es poca cosa.
¿No habrá llegado el momento para prestar atención a los sonidos de la ciudad? Podríamos incentivar a que los organilleros, tan característicos de la Ciudad de México, regresaran a las plazas dejando los cruceros de las avenidas atrás. Bien haríamos en cuidar y destacar los que dan ritmo y calidad a nuestra vida convirtiéndolos en características únicas de nuestras urbes. Sería un privilegio vivir en la “ciudad que suena bien”.
“Los domingos y los jueves en el parque principal ameniza las reuniones la banda municipal, y como a eso de las siete ya se miran desfilar las muchachas y muchachos que las vueltas van a dar”. Citando de nuevo a Chava Flores, sin duda un cronista audiófilo de la capital.