Apuntes de Diseño y Arquitectura

De regreso a ser un pueblo bicicletero

Lorenzo Díaz Campos

Posiblemente una de las primeras sensaciones de libertad que se experimentan en la niñez es el aprendizaje para andar en bicicleta; el aire fresco en la cara y la vertiginosa velocidad son una receta sencilla para una buena dosis de adrenalina. Esta se convierte, para muchos, en el primer vehículo que realmente da independencia. Para algunos la vuelta a la cuadra, para otros el dominio de toda la colonia y para los más afortunados la posibilidad de conocer la ciudad completa.

El invento y desarrollo de la bicicleta va de la mano de la revolución industrial, su manufactura se perfeccionó y aprovechó las grandes invenciones de la época. Perfiles tubulares de acero ligeros permitieron construir un marco sólido y versátil, los neumáticos Dunlop dieron un método de rodamiento suave y confiable, y las patentes la protección y proliferación de la mano de exitosos empresarios como John Kemp Starley.

Con la proliferación de la clase obrera la bicicleta se convirtió en el medio de transporte más eficiente y asequible, permitiendo a cualquiera desplazarse por calles y callejones con entera libertad. Cientos de miles convirtieron a esta en su aliada para conquistar la ciudad, a tal grado que es considerada uno de los pocos vehículos que aceleró la emancipación de la mujer.

Más adelante llegaría el automóvil y con este la idea de que la movilidad podía ser más confortable y que la autonomía tenía vehículos superiores a las bicicletas; los productores de los nuevos dueños de las calles harían evidente la diferencia. Un auto era símbolo de poder y éxito. Las guerras mundiales detuvieron la batalla entre auto y bicicleta, después de lo ocurrido la bicicleta, humilde y accesible, volvió a ser el transporte de todos. Europa se movía en bicicleta, creando así una cultura que persiste hasta nuestros días.

La historia en América es otra, el triunfo de los Estados Unidos en la guerra le dio al automóvil la razón y las ciudades se construyeron de tal forma que la bicicleta no tuvo opción, las distancias eran simplemente infranqueables. El recuento en nuestro país es aún más triste, el boom económico del "desarrollo estabilizador" la etiquetó como símbolo de atraso financiero. "Pueblo bicicletero" es, aún hoy en día, sinónimo de pobreza y de infortunio. La bicicleta, luchona sobreviviente, ha sido relegada en nuestras ciudades, vista para abajo, sin embargo sigue siendo el más económico de los medios de transporte, uno que otorga independencia y agilidad.

Los argumentos para abandonarla siempre han sido débiles, no es extraño escuchar que el clima, sea frío o calor, lluvia o sol, hace de su uso una tarea insoportable. Más allá de esto, si observamos su extendido uso en Europa y oriente extremo descubrimos que en realidad es un tema de la configuración de nuestras ciudades y las actividades económicas que se desarrollan en esta. Hemos normalizado la planeación urbana en torno al automóvil, con su enorme huella ecológica y uso extensivo del territorio. Ciudades que, como resultado, se han convertido en territorio agreste para la bicicleta.

La pandemia ha puesto todos estos supuestos en duda. El confinamiento en nuestros hogares y la posibilidad de desarrollar actividades de manera remota, ya sea en el trabajo o en la enseñanza, muestra la evidente desigualdad de oportunidades dictada sobre todo por las mal planeadas ciudades, cambiado todo nuestro esquema de prioridades. El transporte público ha transparentado su insuficiencia y limitaciones, mientras que el automóvil, aunque aislado e higiénico, comienza a ser un activo injustificable.

Una vez más la bicicleta parece ser la respuesta ideal. Ha quedado claro que necesitamos ciudades condensadas con un intenso esquema de usos mixtos. Urbes plagadas de naturaleza y espacios públicos, de oportunidades paritarias y donde los metros cuadrados den cabida a las personas y no a las máquinas para desplazarnos. Una metrópoli con esquemas de movilidad que presenten horarios intercalados y no "horas pico" y que exijan desplazamientos a voluntad y no atados a inflexibles horarios de trabajo y aprendizaje. Esa ciudad, la ciudad del futuro post pandémico, más humana y saludable, grita ser un "pueblo bicicletero", ¿estamos listos para colocar al medio de transporte más económico al centro de nuestra planeación?

lorenzo@circulocuadrado.com.mx


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