Algunas de las transformaciones de gran escala y mayor impacto en ciudades alrededor del mundo han sido gracias a la organización de eventos internacionales. París debe a la Expo Universal de 1889 la infraestructura para la ciudad, incluida la Torre Eiffel; Barcelona suele medirse como la ciudad antes de las Olimpiadas y después de estas; y en Ciudad de México podemos decir que este mismo evento en su edición de 1968 fue un parteaguas en la historia de nuestro país.
De otros tantos que terminaron con problemas de sobrecostos podemos encontrar a Montreal con las Olimpiadas de 1976 o Sochi con los Olímpicos de Invierno que terminaron con un presupuesto de más de 50,000 millones de dólares.
El gasto de los eventos internacionales de gran escala ha sido cada vez mayor, mientras las ventajas para las ciudades anfitrionas se van disminuyendo. Según datos de la FIFA, el mundial de Alemania 2006 costó cerca de 4,000 millones de dólares, realizado con gran éxito y dejando infraestructura de transporte y deportiva para varias ciudades del país.
Los mundiales de Sudáfrica y Brasil costaron 6,000 y 11,000 millones de dólares respectivamente con estadios abandonados y resultados financieros preocupantes. Por último, en 2018 Rusia gastó 12,000 millones de dólares con efectos aún por verse, aunque más positivos que las dos ediciones previas. En ese mismo periodo de 12 años las reservas de la FIFA pasaron de 600 a más de 2,000 millones de dólares.
Tokio se ha visto en la necesidad de suspender las Olimpiadas por la emergencia sanitaria. En 1938 también canceló dicho evento por verse envuelta en la Segunda Guerra Mundial. Las pérdidas aún no se han definido, pero ya se habla de miles de millones, la esperanza de sus organizadores está puesta en realizarlos en 2021 y lograr impactos positivos en lo urbano, económico y moral entre sus ciudadanos.
Guerras, pandemias y otras emergencias han perjudicado el desarrollo de varias ediciones, incluso algunos infortunios han sucedido durante los eventos mismos como los atentados de Munich en 1972.
Si bien el interés de las ciudades por organizar estos eventos se ha mantenido hasta ahora, no sabemos cómo se desarrollarán en un futuro, si seguirán siendo rentables para las ciudades y continuarán transformándolas positivamente.
Como muchas otras cosas que cambiarán pronto, creo que los grandes eventos deberán reinventarse, volver a plantear sus objetivos y ser esos estimulantes que obtengan capitales y aceleren las obras trascendentales para sus sedes, virtud que han ido perdiendo con el tiempo.