Todos sabemos lo importante que es aprender a perdonar a los demás, pero ¿y perdonarnos a nosotros mismos? En mi experiencia aprender a perdonarse a uno mismo es un arte que se debería enseñar en todos lados. Perdonarnos por cosas que hicimos – o incluso que no hicimos – requiere que abramos nuestro corazón, nos acerquemos a eso que nos duele y lo liberemos para que deje de ser una molestia.
Desde que somos niños nos enseñan que el perdón es algo que tenemos que dar a los demás y los demás a nosotros, pero esa enseñanza tiene un gran problema, deja en las manos de otros la decisión de si somos dignos o no de ser perdonados. Le da al rencor el poder de alimentar nuestra culpa y, aunque sea de forma inconsciente, esa culpa afecta nuestra forma de ver la vida.
Sabemos que el rencor no es bueno, que si alguien te hace algo tienes que perdonarlo y seguir adelante, pero lo mismo aplica cuando a quien tenemos que perdonar es a la persona que vemos frente al espejo todos los días. El camino para aprender a perdonarnos no es rápido ni fácil, por el contrario, es lento, doloroso y complicado, pero vale la pena recorrerlo.
Yo pasé años instruyéndome en el arte de perdonarme a mí misma (y francamente creo que aún no es un tema que domine). Me perdoné por dejar que las opiniones de otros dictaran cómo vivía mi vida; por pensar que no era suficientemente buena en cosas que me apasionaban; por no dar mi opinión en temas que eran importantes para mí; por dejar que heridas del pasado contaminaran lo que pasaba en el presente. Como les dije, no es un camino fácil, pero recorrerlo trajo pequeños destellos de alegría que, cuando se juntaron, se convirtieron en felicidad.
La única persona a la que somos capaces de controlar es a nosotros mismos, todo lo demás está completamente fuera de nuestro alcance y es necesario que entendamos eso para poder tomar las riendas de nuestras culpas y nuestros arrepentimientos. Si hay algo que te afecta, que ya pasó y que, por ende, no puedes cambiar, lo único que te queda es cambiar cómo te sientes tú con respecto a eso ¿y cómo se logra? ¡Perdonándote! Perdonándote por no haber actuado cuando aún tenías tiempo y perdonándote por no haberte perdonado antes.
Hacer las paces con nosotros mismos no es un acto de egoísmo ni mucho menos, de hecho, estar en paz con los errores que cometemos nos permite vivir la vida con más coraje, con menos temor y alejados de la perfección porque sabemos que, aunque otros quizás no nos perdonen por nuestras equivocaciones, nosotros sí lo haremos ¿y saben a qué se asemeja eso? A la libertad.
El perdón tiene sus raíces en la compasión y en la gratitud, así que sumérgete en tu mente y ve qué recuerdos te sirven y cuáles no. Como dice Marie Kondo “si te da alegría, quédatelo; si no, dale las gracias y deshazte de él”.