Descubrí el feminismo hace cinco años en terapia. Recuerdo que en un principio el acercamiento fue complicado, sin embargo, comencé a cuestionarme, a analizar mi historia, lenguaje y mis posturas frente a muchas realidades.
Luego de un proceso entre informarme y aprender supe que quería unirme a la lucha. Observé las desigualdades a las que me enfrento por ser mujer, pero también reconocí los privilegios que tengo y otras no.
Me asumí feminista a partir de convivir y trabajar con mujeres de contextos distintos al mío, con las que tenía conversaciones sobre el sistema patriarcal. La frustración, el miedo y coraje ante diversas circunstancias me impulsaron a involucrarme aún más en el movimiento.
He aprendido que el feminismo no se idealiza, el feminismo duele, incomoda y se vive. Es una lucha constante. Se trata de un proceso diario de deconstrucción y reconstrucción, que al final te llena de satisfacción porque sabes que ese fuego arde cada día con más fuerza.
El feminismo es la lucha que busca reivindicar el papel de la mujer, liberarla ante la opresión de un sistema patriarcal en el que el hombre la oprime, violenta y restringe. El movimiento es necesario para luchar por la equidad, los coloquios también. Pienso que una siempre necesita nutrirse y conectar con otras.
Descubrir este camino, tener una perspectiva distinta y liberarme de prejuicios me ha ayudado mucho a crecer y formarme. No soy ni seré una experta en el tema, pero sí me percibo más consciente. Me gusta pensar que muchas nos queremos libres y autónomas.