Solomon Asch fue un psicólogo estadounidense quien reunió a 123 jóvenes voluntarios que participaron, sin ellos saberlo, en un experimento sobre la conducta humana en un entorno social.
En una sala agrupó a 7 de ellos que estaban previamente avisados sobre lo que tenían que hacer, y un octavo que no tenía idea de lo que ocurriría.
A todos ellos se les mostró una sucesión de cartulinas con tres líneas de diferente longitud y los alumnos tenían que decir cuál de ellas era la de mayor longitud dando la misma respuesta incorrecta los que estaban en complicidad.
El único que no lo estaba, claramente quedaba sorprendido al ver que todos escogían una opción tan disparatada.
Cuando la prueba finalizaba confesaban que no habían dicho nada porque se habían dejado influir por las respuestas de los otros y porque le tenían miedo al ridículo aún sabiendo, a ciencia cierta, que no era la correcta.
“La conformidad es el proceso por medio del cual los miembros de un grupo social cambian sus pensamientos, decisiones y comportamientos para encajar con la opinión de la mayoría”, fue la conclusión de Solomon.
Para muchos la presión social sigue siendo un obstáculo, aún y cuando los seres humanos somos libres para decidir nuestro propio camino en la vida.
Por ello es que, en ocasiones, tomamos decisiones o adoptamos comportamientos para evitar sobresalir, destacar o brillar en un grupo social determinado, o incluso llegamos a boicotearnos para no salir del camino trillado por el que transita la mayoría.
Una baja autoestima o algunos problemas de confianza personal suelen ser factores para padecer este síndrome, necesitando continuamente la aprobación exterior continua para funcionar en el día a día.
Para contrarrestarlo podemos valorar nuestras propias cualidades y las de otras personas, reivindicar la diferencia, no esconder las virtudes, dar nuestra opinión y ser asertivos.