Como creadora de contenido, toda la semana estoy trabajando, y algo que disfruto mucho es salir y desconectarme los fines de semana. En esta ocasión tuve la oportunidad de visitar con mi esposo un lugar que está muy cerca de donde vivimos, pero lo suficientemente alejado para relajarnos y disfrutar de un fin de semana mágico en pareja.
Cuando llegas, lo primero que te cautiva es la impresionante vista panorámica del Pueblo Mágico. El hotel por fuera es acogedor, y al entrar, lo primero que notas es la amabilidad de todo el personal, particularmente de la persona que te recibe y te ayuda a hacer el check in; inmediatamente se aprecia el buen gusto, el lujo y el amor al arte, ya que cuentan con varias obras. Los detalles en la decoración son perfectos. Todo esto a una hora de la Ciudad de México.
Después de que nos ayudaran a instalarnos en la habitación y descansar un rato, nos arreglamos para uno de los momentos más esperados del día: la cata de vino, en su elegante cava. Al entrar, se respira un aire de romanticismo con la luz de velas. La sorpresa llegó cuando nos dijeron que estaríamos con los ojos vendados para poder tener una experiencia sensorial, que logran los sommeliers cuando te platican sobre arte y vino, mientras de fondo se escuchan distintos tipos de música que nos transportaron e hicieron del momento algo inigualable.
Los vinos que probamos y los platillos que los acompañaron para el maridaje fueron excepcionales, sin duda gracias a la experiencia y el amor que tienen por el arte de los vinos. Nos encantó la experiencia y estoy segura de que regresaremos pronto para repetirla. Algunas copas de vino después, llegó el momento de descansar.
A la mañana siguiente despertamos con silencio absoluto, en total privacidad, y con algunos pájaros cantando a lo lejos, algo muy refrescante después de vivir en el caos de la ciudad. Nos esperaba un gran día que empezaba con un desayuno en la espectacular terraza. Los platillos son deliciosos, pero las vistas son indescriptibles. El sol, una taza de café y ninguna preocupación fueron la combinación perfecta para la mañana del sábado.
Después del desayuno, visitamos el área de spa, en donde nos sorprendieron con un masaje relajante en pareja. Fue un momento de máxima relajación y confort que nos ayudó a desconectarnos por completo y olvidar el estrés de la semana. Quedamos como nuevos y listos para disfrutar del concierto de cello en la terraza del hotel. Me encantó poderlo disfrutar con una copa de vino mientras veíamos el atardecer.
Otra de las sorpresas que pudimos disfrutar fueron los platillos gourmet que preparan en el restaurante. Cuentan con un menú de temporada, muy cuidado, que se destaca por utilizar ingredientes locales. Solo tienen ciertas porciones de cada platillo que puedes ver en su pizarra, por lo que la propuesta se vuelve única. Yo pedí una pasta hecha en casa y puedo decir que es un must que no te puedes perder.
Llegó la noche y fue momento de disfrutar un concierto acústico mientras tomamos unos cocktails. La experiencia musical fue increíble, interpretaron canciones variadas, un poco de baladas, canciones pop y rock en español e inglés. Sin duda un momento íntimo donde conectamos emociones, vivencias y nos divertimos en grande.
Llegó el domingo y, después de disfrutar del brunch dominical en la terraza, fue momento de decir hasta pronto. Salimos enamorados. Nos vamos relajados, felices y con el estómago y el corazón contentos. No se puede pedir más. Estoy segura de que este lugar será uno de nuestros favoritos para descansar y consentirnos. En resumen: “nuestro hogar lejos del hogar”.
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