Tal vez los colores, sonidos y texturas de la naturaleza sean algo que incluso nosotros, los que vivimos en ciudades, estamos condicionados a considerar hermosos e impresionantes. Y tal vez todo esto sea un componente crucial, aunque subestimado, de nuestro bienestar.
De todas formas, eso es lo que argumentarían algunos pensadores que forman parte de un incipiente campo interdisciplinario que enfatiza la importancia del arte, la belleza y la naturaleza para nuestra salud física y mental.
La neuroestética -término acuñado por primera vez por Semir Zeki, neurobiólogo del University College de Londres, en 1999- es un subcampo tanto de la estética aplicada como de la neurociencia cognitiva, que estudia la respuesta del cerebro a diversas formas de experiencia estética.
Sus defensores argumentan que la interacción con el arte y la naturaleza no debe considerarse algo “agradable de tener”, sino una necesidad.
Sería tentador asignar este tipo de ideas al amorfo mundo de la “mindfulness” (conciencia plena) que a todos nos repiten que es tan bueno e importante para nosotros (yo misma soy una fan de este mundo, aunque no de su nombre).
Pero Susan Magsamen, fundadora y directora del International Arts + Mind Lab de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins y coautora de Your Brain on Art: How the Arts Transform Us, me dice que investigaciones neurológicas recientes demuestran que la experiencia estética se trata de algo más que eso.
De hecho, puede ser útil para permitirnos sentirnos más presentes y calmar el interminable parloteo de nuestras mentes, pero la neuroestética, afirma, constituye un “carril completamente nuevo” en sí misma.
“Hemos aprendido sobre nutrición, hemos aprendido sobre el sueño, hemos aprendido sobre el ejercicio, hemos aprendido sobre la conciencia plena”, dice Magsamen.
“Ahora lo que estamos estudiando es cómo las artes y las experiencias estéticas son esenciales para la condición humana”. Ella explica que si bien algunas de estas experiencias pueden aportar beneficios similares a las actividades “conscientes” -al reducir la activación de la amígdala del cerebro relacionada con el estrés, reducir el cortisol y llevarnos a nuestro estado parasimpático de “descanso y digestión”- los escáneres neuronales muestran la experiencia estética mucho más que eso.
Tal vez lo más extraordinario es que la investigación de Zeki demuestra que, si bien todos podemos tener ideas diferentes sobre lo que constituye la belleza, la misma área del cerebro (la “corteza orbitofrontal medial” o “mOFC”) se ilumina cuando percibimos algo como bello. Esto es cierto independientemente de si hablamos de belleza visual, musical, matemática o incluso moral.
También hay muchas pruebas que respaldan el argumento de que participar en actividades artísticas tiene un efecto positivo en la salud.
Un estudio realizado por investigadores de la UCL, que utilizó datos de más de 6 mil adultos mayores de 50 años, en el que se tomaron en cuenta factores económicos, sociales y de salud, concluyó que los que participaban en “actividades artísticas” cada cierto número de meses o más tenían un 31 por ciento menos de posibilidades de morir durante el periodo de seguimiento (un periodo de 12 años, en promedio).
Los estudios han demostrado repetidamente los beneficios de la música para pacientes con demencia y otros trastornos neurodegenerativos. Otras investigaciones también demuestran que el baile puede ayudar a las personas que padecen Parkinson al aumentar la neuroplasticidad y estimular múltiples capas del sistema neuronal.
Vale la pena señalar que no hace falta tener un talento especial en un campo artístico determinado para beneficiarnos de él.
“Si eres bueno en eso o no es absolutamente irrelevante para los beneficios neuroestéticos”, me dice Tara Swart, neurocientífica y profesora de la Sloan School of Management del MIT.
Pero si bien todos éramos creativos de niños -dibujábamos, bailábamos, golpeábamos ollas y sartenes- muchos de nosotros abandonamos nuestras actividades artísticas después de que nos dijeron que en realidad no somos muy buenos en ellas.
Según los especialistas en neuroestética, esto es un error. De hecho, si fuiste bendecido con algún tipo de habilidad artística -una con la que hayas hecho una carrera- es posible que no estés experimentando los mismos beneficios ahora que tu sustento depende de ello.
Probablemente tu cerebro haya salido del estado de flujo creativo y libre y haya entrado en un “estado de control” más crítico y quisquilloso, como lo llama Swart.
Así que sal y haz un arte terrible. O si lo prefieres, simplemente puedes exponerte a algo hermoso. Tu cerebro te lo agradecerá.